Jesús es el Buen pastor. Su voz nos es profundamente familiar y se distingue en medio de los ruidos de lo cotidiano. Esa voz hace que todo lugar, aunque sea extraño, adquiera sabor de hogar, y todo tiempo, aunque sea frágil, adquiera sabor de eternidad.
«Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen y yo les doy la vida eterna» (Jn 10, 27-28)