En la Ascensión, Cristo deja de ser visible, pero continúa siendo presente. La Iglesia encuentra su presencia real, no queriendo retener su presencia visible, sino recibiendo su Espíritu y dejándose inundar por Él.
De este modo, pasamos a ser su «visibilidad». La Iglesia -los cristianos- cumpliendo la misión encomendada pasamos a ser el cuerpo visible de Cristo.