Jesucristo, la Palabra viviente, se levanta e impone silencio al vendaval.
Él puede dominar las fuerzas del mal que nos hacen sentir nuestra pequeñez, nuestra debilidad, nuestra dramática vulnerabilidad y nuestro pecado. Él puede poner armonía donde antes triunfaba el caos (cfr. J.R. Flecha).
«Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: ¡Silencio, enmudece! El viento cesó y vino una gran calma.» (Mc 4,39)