Marta y María, en su trato con Jesús, no representan actitudes contrapuestas, sino complementarias. El corazón de María y las manos de Marta son indispensables para vivir la dicha del discípulo: «Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen» (Lc 11,28).
“Entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Esta tenía una hermana llamada María” (Lc 10,38-39).