El bautismo, a quienes lo hemos recibido, nos urge a la conversión durante toda la vida, nos apasiona con la vida y la muerte de Jesús y, sobre todo, unge nuestra frágil y caduca existencia con la fuerza y eternidad de la Resurrección de Nuestros Señor Jesucristo. ¡Aleluya, aleluya, aleluya!