San Francisco Javier

XX domingo del Tiempo Ordinario

En la petición de la mujer cananea por su hija, descubrimos la fuerza de la oración de una madre. San Agustín nos cuenta en sus Confesiones cómo su madre, Santa Mónica, preocupada por la conversión de su hijo, no cesaba de llorar y de rogar a Dios por él; y tampoco dejaba de pedir a las personas buenas y sabias que hablaran con él para que abandonase sus errores. Un día, un obispo le dijo estas palabras, que tanto la consolaron: ¡Vete en paz, mujer, pues es imposible que se pierda el hijo de tantas lágrimas! Más tarde, el propio San Agustín dirá: si yo no perecí en el error, fue debido a las lágrimas cotidianas llenas de fe de mi madre.

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