Todos los años en cuaresma, en los dos primeros domingos, se nos ofrece para la la reflexión la posibilidad que tenemos de pasar de la dura realidad (el desierto) a la felicidad anhelada («¡Qué bien se está aquí!», exclama San Pedro en el Tabor); de cambiar lo oscuro del pecado (Jesús vence las tentaciones) por lo luminoso de la gracia («Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador», nos dice el relato de la Transfiguración).