«Si eres Hijo de Dios…», así comienzan las tentaciones que sufrió Jesús y así empiezan también las nuestras. El tentador -que cada uno encuentra en su desierto personal- distorsiona nuestra realidad de «ser hijos de Dios», haciéndonos creer que la dignidad humana equivale a la omnipotencia y a la autoglorificación. ¡Cuidado! Cuando te sientas tentado, piensa que estás siendo «atentado» en tu dignidad.